Por Jonatan Ríos.
Ingeniero
MBA
INTRODUCCIÓN
¿Cuán cierto es aquello de “más sabe el diablo por viejo que por diablo, o lo que sentenció el filósofo, orador, escritor y político, Séneca: “Necesaria es la experiencia para saber cualquier cosa”? Para atender esas preguntas, de manera general, considero que se aprecia algo si al menos se toma como patrón de comparación su opuesto o complemento. Usted no valorará el calor, si ignora el frío. No disfrutará el día si pasa por alto la sensación de la noche. No sabrá lo que es el placer si no toma en cuenta el dolor. En el caso de la experiencia, tendrá sentido si se asocia a la teoría. En concreto, si la experiencia no se traduce en progreso teórico o no se sustenta en él, no tendrá valor. He allí, el objetivo central del presente artículo. En consecuencia, poco le servirá al diablo ser más viejo si persiste en las mismas lecciones; y sin el conocimiento mínimo como insumo de la experiencia, poco nuevo saber se obtendrá.
LA LABOR EN EL SECTOR PÚBLICO – CUMPLIR O MEJORAR
Bajo los postulados expuestos y refiriéndome a mi experiencia en el sector público, sostengo que el valor de la experiencia está en función de la consecución de una mayor efectividad a través de nuevas lecciones aprendidas. Los errores y aciertos que se presenten durante la experiencia solo serán útiles si se transforman en menores costos, mayor velocidad, mayor productividad y metas superiores. Para ello, se exige el coraje de asumir responsabilidades individuales cuando aparecen los errores y de plantear metas más exigentes e iniciativas más inteligentes en el caso de los aciertos. Pasar por alto estas premisas, otorgará a la experiencia una connotación meramente romántica.
En mis primeras experiencias en el sector público, solo me dediqué a entregar lo mejor de mí. Ya sea como vicepresidente regional, gerente municipal, gerente general regional o director general. En resumidas cuentas, mi mente y mis manos estaban enfocadas en sobrepasar horarios de trabajo e ir más allá del cumplimiento de mis obligaciones. Posteriormente, en un proceso de autorreflexión, me di cuenta que algo me faltaba. Comprobé que muchos altos funcionarios de los tres niveles de gobierno, llenaban su boca con la palabra gestión, pero se habían olvidado de que se trataba de una ciencia, y acrecentaban ese craso error, desatendiendo lo aconsejado por el gurú de la administración, Peter Drucker: “no se puede administrar lo que no se puede medir”. El criterio masivo para evaluar la gestión era el criterio “me parece que” y la estrategia común era hacer lo de siempre. Descuidaron la aplicación de principios y métodos, elementos que son inherentes a toda ciencia.
Dos cosas que ponían en riesgo mi paciencia eran la lentitud y la indiferencia. Pensaba que, si Dios le hubiera encargado al gobierno formular los 10 mandamientos, hoy, después de 2 mil años, solo estarían acabando el primero. Por esta razón, concluí que uno de los problemas no es la falta de presencia del Estado, sino la carencia de amor al prójimo. Ese amor que motiva a buscar y encontrar, genuinamente, formas para procurar el bienestar de los demás. De nada sirve que el Estado esté en todo lugar, si a la par expande su insensibilidad y su mal servicio. Es un imperativo corregir estos males.
A tiempo, me di cuenta que si no tenía la osadía de aplicar principios en mi gestión, mi deber mínimo era emplear criterios para elegir la mejor opción. Mi comportamiento inquieto me condujo a colocar, a los resultados de mi experiencia, los indicadores de costo, productividad, nivel de calidad, tiempo y eficacia. Asimismo, para evitar frustraciones en las mejoras de dichos indicadores, me propuse llenar de nuevos conocimientos mi mente. En mi trajinar, uno de los consejos que apliqué del Dr. Carlos Villajuana, fue: “Los criterios de evaluación deben emanar de los factores impulsores de la meta”. Es decir, trabajé los complementos de mi experiencia: conocimientos a aplicar y resultados a obtener. En esa línea, tuve la inmensa oportunidad de dirigir el Programa Nacional de Diversificación Productiva (PNDP), que me ha llenado de satisfacciones. Me esforcé mucho para salir airoso en las circunstancias adversas, e hice lo mismo para compartir mi felicidad con los integrantes de mi equipo en las situaciones de éxito.
Encontré solo un proyecto de parque industrial. De inmediato, tomé el control y personalmente lideré las misiones que teníamos a cargo. Poco a poco fui reclutando profesionales con autoridad moral y especialización técnica en cada una de las áreas clave. Luego los integré en base a metas comunes trascendentes. No me importaba mucho terminar un proyecto, más me animaba que estos culminaran en obras que proporcionaran felicidad a la sociedad. Trasnochando, aprendiendo de la sabiduría multifacética de los peruanos y tratando de trabajar como una orquesta sinfónica, conseguimos ser más rápidos, hacer más cosas con el mismo o menor presupuesto, lograr mayores resultados por cada profesional. A pesar de los riesgos que significaba la pandemia, instruí a mi equipo a privilegiar nuestros compromisos. Fue así como viajamos a lugares alejados, en frontera, en costa, sierra y selva, lugares donde mis antecesores no habían estado. Por un lado, los ciudadanos se sentían contentos, pero en contraste, varios de nosotros nos contagiamos con el COVID-19. Gracias a Dios nos recuperamos y persistimos en nuestras labores. Solo así pudimos pasar -en un año y 8 meses de gestión- de 1 proyecto en proceso de desarrollo, a gestionar una cartera de 20 proyectos de parques industriales en 18 regiones del país.
En otras palabras, hemos creado las condiciones para incrementar el nivel de competitividad de las regiones y del país. Una utilidad adicional de disponer más parques industriales dispersos en el 60% de nuestras regiones, que, al representar centros generadores de ventajas competitivas, y en particular, motores de consecución de economías de todo tipo; nuestro país contará de mayor cantidad de modelos y laboratorios de desarrollo empresarial.
Implícitamente fuimos construyendo una espiral positiva. Los resultados conseguidos nos alentaban a subir las vallas. En el terreno de la inversión pública logramos implementar una cartera de 57 proyectos en infraestructura productiva valorizada en mil millones de soles, con beneficiarios directos de 800 mil peruanos. En cuanto a inversión privada, que como lo indica el Banco Central de Reserva del Perú, es el marcador del crecimiento del país; nuestro esfuerzo se plasmó en una cartera de 20 parques industriales equivalentes a una inversión de 900 millones de dólares americanos, de los cuales, cinco ya cuentan con hitos relevantes: Ucayali, Lima, Ica, Tacna y Moquegua, zonas pertenecientes a las regiones de la costa, sierra y selva. Considero que mi país se merece más. Sin embargo, esto representa mayor sacrificio, innovación, inteligencia y el autentico deseo de servir a los demás. Nuevamente cito al maestro Carlos Villajuana para tener presente la ley del sacrificio: “Si algo deseas ganar, algo tienes que perder; y si algo grande deseas ganar, algo grande tienes que perder”.
CONCLUSIONES
El valor de la experiencia debe reflejar el progreso teórico o sustentarse en él, así como en lograr una mayor efectividad a través de nuevas lecciones aprendidas
La importancia de los errores y aciertos que se presenten durante una experiencia laboral efectiva, solo serán útiles si se transforman en menores costos, mayor velocidad, mayor productividad y metas superiores.
Hay que tener el coraje de asumir responsabilidades individuales cuando aparecen los errores y tener la proactividad de plantear metas más exigentes e iniciativas más inteligentes en el caso de los aciertos.
Uno de los desaciertos que a menudo se observa, es el seguir el criterio común y simplista para evaluar la gestión, aquel que se resume en las frases siguientes: “me parece que” y “hay que hacer lo de siempre”, porque es el reflejo del conformismo haragán e improductivo. Sobre todo porque se descuida realmente la aplicación de los principios y métodos, que son los elementos inherentes a toda ciencia
Los problemas del país son de toda índole, con una preponderancia marcada están los problemas sociales y/o económicos, cuyas causas se dice que se sustentan principalmente en la “falta de la presencia del Estado”, por el incumplimiento de las diversas políticas públicas establecidas para su solución o su desarrollo. Pero campea la ineficiencia por diversos motivos, uno de ellos es que hay acentuada carencia de amor al prójimo, lo cual se traduce en formas ineficientes de procurar el bienestar de los demás.
Las Instituciones del Estado generalmente paquidérmicas, con una apabullante burocracia, inadecuada y perjudicial, solo puede brindar un mal servicio y una alarmante insensibilidad. Es más fácil dejar de hacer, más sencillo que los problemas se solucionen solos y con el tiempo.
Los resultados de mi experiencia, me han enseñado que debe haber un mejoramiento constante de los indicadores de costo, productividad, nivel de calidad, tiempo y eficacia. Así como todo Líder debe saber compartir su felicidad con los integrantes de su equipo en las situaciones de éxito. En las buenas y en las malas, siempre juntos, ese es el equipo.
El equipo se unifica al integrar nuestros trabajos para alcanzar metas comunes trascendentes, se construye, una espiral positiva, donde los resultados conseguidos nos alientan a subir las vallas. Pero, esa sinergia se consolida al proporcionaran felicidad a la sociedad.
Trasnochando, aprendiendo de la sabiduría multifacética de los peruanos y tratando de trabajar como una orquesta sinfónica, conseguimos ser más rápidos, hacer más cosas con el mismo o menor presupuesto, lograr mayores resultados por cada profesional. El país se merece más, lo que representa mayor sacrificio, innovación, inteligencia y el auténtico deseo de servir a los demás.
Buen artículo,el análisis es correcto y realista, comparto la idea de que el trabajo en equipo y retroalimentado son una dupla infalible,nuestro país necesita líderes con mentes encaminadas a la eficacia y eficiencia.Felicitaciones
Hace tiempo que esperaba una lectura ágil, directa, sin diatribas y esencialmente profunda, sobre nuestro caótico Sistema Público. La experiencia enseña, eso es indiscutible, pero el problema es que puede pasar mucho tiempo y no entender nada, a lo largo de décadas de labor (por supuesto insulsa) e incluso llegando a jubilarse, para que se entienda como debe ser un funcionario cabal, me arriesgo a sentenciar que sería como encontrar una aguja en un pajar.
Porque tener funcionarios que lleguen a internalizar que son tan iguales como cualquier otra persona y que a pesar que lo saben, se sesgan a su tergiversado sentido de “superioridad”, que los obnubila.
Su artículo, demuestra que ¡si se puede!, sobre todo entender, que todos somos seres humanos (iguales), y que trasciende aquel que entiende que entre los seres humanos lo que debe primar es el amor. Que interesante lo expresado: los grandes logros, son grandes, siempre y cuando beneficien a la población, porque el bienestar obtenido para ellos, enseña más, impulsa más, pues es el iniciador a persistir y lograr más, siendo aquello lo que incentiva la mente y el espíritu de un buen funcionario público, cuanto aprendió y bien por Ud., y sus allegados. Cuando llegará el momento de leer a algún médico, expresándose que sus colegas y enfermeras ya no son tan insensibles con los pacientes.